Reflexiones para tí.

Confianza propia

Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Filipenses 4:13.

Como en tantos otros temas, en relación con la confianza propia hay extremos que evitar. Por un lado, están quienes son soberbios, que creen que se pueden llevar el mundo por delante, que no tienen conciencia de sus limitaciones, defectos y debilidades humanos. No escuchan el consejo de nadie, confían en sus propias fuerzas de manera irrealista y desmesurada. No podemos, en nombre de la confianza propia, tener delirios de omnipotencia.

Por otro lado, están aquellos que, por las razones de orden psicogénico que mencionamos ayer, tienen ya de por sí una personalidad insegura. Tienen muy baja autoestima, y no confían en que puedan hacer algo bien; no confían en sus opiniones, en sus capacidades, en su bondad, como si estuviesen exentos de talentos y huérfanos de Dios en el mundo.

¿Puedes o no, entonces, tener confianza propia? ¿Cuál es la base y cuál es la dinámica de esta confianza? La clave está en lo que dice San Pablo: “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece”.

Cristo está permanentemente obrando, mediante su Espíritu, en tu corazón, en la medida que se lo permitas, a fin de fortalecer tu espíritu para los desafíos que te presenta la vida, sean estos de orden material, intelectual, social, laboral, volitivo o espiritual. Él te ha llenado de dones al haberte creado con un organismo lleno de capacidades extraordinarias para pensar, sentir, decidir, hacer, idear, crear. Su poder potencia esos dones permanentemente, especialmente cuando estás en conexión con él, tanto para tu vida secular como para tu vida espiritual. Por lo tanto, porque Dios YA te creó con capacidades maravillosas, y porque YA está obrando en ti para darles poder, TODO LO PUEDES (tú) EN CRISTO; es decir, todo lo que sea la voluntad de Dios que tú hagas; todo lo que necesites hacer para desempeñarte y desarrollarte en esta vida terrenal.

Por lo tanto, levanta la cabeza, no para andar con soberbia y autosuficiencia, pero sí con seguridad propia, basada en tu conciencia de que eres un hijo de Dios, creado, sostenido y redimido por el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y dispuesto a usar empeñosamente todas las capacidades con las que tan generosamente te ha dotado Dios.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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